“Los impíos me han aguardado para destruirme; mas yo consideraré tus testimonios. A toda perfección he visto fin; amplio sobremanera es tu mandamiento.” Salmos 119: 95-96
Impío, de acuerdo al diccionario; significa “ateo” o alguien que no respeta lo sagrado. En otras palabras, es alguien que no tiene la menor restricción moral para detener su maldad contra alguien o algo que es sagrado o que tiene que ver con lo santo de Dios.
Por otra parte, la palabra “santo”, de acuerdo a su etimología quiere decir apartado para Dios. Cabe aclarar que no es alguien que hace tantas obras buenas que ha logrado pureza o un grado alto dentro de la espiritualidad. Es alguien que ha sido apartado para Dios. De acuerdo a la Biblia cuando alguien cree y confía en Jesucristo se convierte en santo.
Entonces ahora sí entendemos las dos partes, cuando alguien empieza a hablar de Dios casi de inmediato aparecen aquellos que no lo respetan, y empieza una persecución. Que puede ir desde lo ligero hasta aquellas con fatídicas consecuencias.
Estas persecuciones tan abiertamente declaradas entre lo profano contra lo santo, provocó que el salmista escribiera que se sentía acorralado por sus enemigos, él se daba cuenta cómo lo estaban “aguardando” para destruirlo. Pero curiosamente en lugar de pedir auxilio como en otras ocasiones, afirmó que el estudiaría Su Palabra. Él sabía su poder. Encontraba la solución por escrito a sus problemas.
Es lo mismo que pasa hoy, tal vez tus enemigos no sean impíos implacables, tal vez tus enemigos sean problemas cotidianos que te rodean y quieren destruirte, entonces puedes hacer lo mismo que el autor del Salmo, busca qué dice Su Palabra, estúdiala, medítala, verás que encontrarás la solución. Esta es una de las cosas más valiosas de la Biblia.
Por otro lado, en este mismo pasaje vemos algo que también refleja el enorme valor de las Escrituras. Dice el autor “a toda perfección he visto fin”. Clara y determinante afirmación. No hay perfección creada que dure para siempre. La belleza de la juventud, la grandeza de las grandes construcciones, la sabiduría de un hombre, la gloria de un imperio, todo, todo tiene un fin. Por muy hermoso y perfecto que se vea en su día, tiene un fin.
En cambio, Su palabra como lo dice en este mismo pasaje es amplia, es permanente, es eterna. No cambia y no tiene fin, Su Palabra es perfecta y esa perfección es eterna. Nada puede competir en perfección y durabilidad. Tal vez algo nos haga decir lo increíblemente perfecto de una obra, pero de ninguna de cualquier obra perfecta podremos decir que durará para siempre. De Su perfecta Palabra; sí.
Armando Carrasco Z.