“Porque estoy como el odre al humo; Pero no he olvidado tus estatutos. ¿Cuántos son los días de tu siervo? ¿Cuándo harás juicio contra los que me persiguen?” Salmos 119:83-84.
Nadie puede detener el tiempo, humanamente es imposible. Este periodo poco a poco nos va poniendo en desventaja física con la vida. Cada día sentimos más fuerte los argumentos del tiempo en nuestro cuerpo, aun cuando en nuestra mente nos sentimos jóvenes, nuestra figura nos dice la realidad. Es inevitable.
Lo comento porque la frase con la que inicia este pasaje, es precisamente a lo que se refiere; “…como el odre al humo…”, las marcas del tiempo que poco a poco se han hecho presentes en nuestros cuerpos. En otras palabras, el autor de este salmo está diciendo: “estoy envejecido”. Está poniendo un punto de referencia; su edad.
Así como el paso del tiempo va dejando huella en nuestro físico, también lo deja en nuestras mentes. Vamos teniendo más experiencia, eso sí que nadie nos la puede quitar. Eso equilibra las cosas; entre el deterioro del cuerpo, con la habilidad ganada por la experiencia.
El autor sabía que era un hombre grande de edad, pero también sabía que lo mejor de su vida era no haberse olvidado de La Palabra. Tal vez su rostro tenía las señales evidentes de su época, pero su corazón también tenía una huella grabada; La Palabra era confiable.
Los años pasaban y la palabra estaba intacta. Infalible. Confiable. Después de los años el salmista sabía que la Palabra de Dios era inmutable y por eso es que podía seguir confiando en ella.
Todos los hombres que desde jóvenes han conocido la Biblia estarán de acuerdo conmigo; muchas cosas pueden pasar, todo cambia, menos la esencia de la Biblia. No sólo podemos decir que la Biblia sigue siendo válida después de miles de años de haber sido escrita, y que por generaciones no ha sido olvidada, sino que nosotros podemos constatarlo en nuestra corta vida. Todo cambia, todo queda tocado con las huellas del tiempo, excepto Su Palabra.
Pero, a veces hay problemas que su solución tarda en llegar, pasan los años y no vemos la respuesta. Y nos sentimos como el odre al humo, que pasa el tiempo, e inevitablemente nos damos cuenta que ha tardado la solución que buscamos. Pero confiamos tanto en Su Palabra, que podemos decir como está escrito en este pasaje: “No me olvido de tu Palabra”.
El autor se preguntaba: ¿Cuántos años me quedan? ¿Veré la respuesta? ¿Tardará mucho? El sentía la opresión de sus enemigos en su vida que preguntaba con voz genuina “¿Faltará mucho para que venga mi respuesta?” Tal vez así te encuentres hoy, pero déjame decirte una cosa: Es inevitable que pase el tiempo, es inevitable que llegues a cuestionarte cuánto tarda Su respuesta, pero también, sé que es inevitable que Su Palabra permanezca fiel.
Armando Carrasco Z.