Me gusta separar el alma del espíritu y me gusta llamarle al espíritu corazón.
Puedo explicarme muchas cosas y una de ellas es ese dolor que rebasa los límites del cuerpo y del alma.
Son dolores intensos, constantes y abrumadores, médicamente le llamarían dolores de muerte. Hay muchas causas pero la que más deja huella es la condenación.
Acusarnos a nosotros mismos de algo que hicimos provoca un daño muy serio en lo mas profundo de nuestra vida. Sentirnos responsables de sucesos tristes en nuestra vida, provoca que hasta el más fuerte quede frágil y vulnerable.
Estas condenaciones nos marcan para toda la vida. Y con el paso de los años tenemos que acostumbrarnos a vivir con ese dolor profundo. A nuestro parecer no hay alternativa.
Me impacta el pasaje de la mujer que al ser encontrada en adulterio querían apedrearla por lo que se la llevan a Jesús y es cuando Él dice la famosa frase de que el que estuviere sin culpa tirara la primera piedra. Y uno a uno fue dejando su piedra y alejándose del lugar.
Cuando leí este pasaje por primera vez mi atención se centró en la muchacha “pecadora” que recibía el perdón de Jesús, pero cuando leí en siguientes ocasiones el pasaje, me he estacionado en todos los que tenían una piedra en la mano y que su propia condenación los hizo retroceder.
Tenían enfrente al único que podía perdonarles su pecado y prefirieron irse. La condenación te moldea, no es como el dolor físico en el que tu moldeas las cosas para girar alrededor de tu dolor. NO, en este caso el dolor del corazón te moldea a ti.
Moldea tus sentimientos, moldea tu carácter, moldea tu vida. Es mucho más fuerte que tú, este tipo de dolor te somete. Y no sabes cómo disfruto escribir que hay esperanza, que la Biblia tiene un enorme poder para sanar estas heridas.
Armando Carrasco Z